Rafael Narbona (Madrid, 1963) es un tipo optimista. Porque le da gana. Durante mucho tiempo no lo fue. Hasta que le dio la gana. Lo cuenta en Maestros de la felicidad (Roca), un libro difícil de clasificar y muy sustancioso de leer. Filosofía, literatura y autobiografía se unen para proporcionar un ejemplo vivo de lo que, finalmente, entendemos como una opción: la búsqueda de la felicidad.
Su autor habla a toda velocidad, entusiasmado, de la experiencia de escribir un libro de tal calibre. Dispara nombres de filósofos a discreción, pero siempre para apuntalar explicaciones que enriquecen la conversación, nunca desde el exhibicionismo: «Me apunto sin dudarlo a la etiqueta de divulgador, lo prefiero mil veces a ser un pedante».
Profesor de filosofía en institutos de secundaria y reconocido crítico literario y periodista cultural, tiene más de 140.000 seguidores en Twitter, pero con Maestros de la felicidad ha dado un paso más: se trata de una obra mayor, algo muy especial. En ella repasa la historia de la filosofía con una orientación muy clara: «Estas páginas pretenden acercar la filosofía a los que buscan argumentos para celebrar la vida y afrontar con inteligencia las experiencias más dolorosas e ingratas», avanza el prólogo.
Ejército en el que decidió alistarse por vocación: «La obligación moral de un escritor es transmitir esperanza», nos dice. Aunque hasta llegar hasta aquí haya atravesado una noche muy oscura: «He sido pesimista la mayor parte de mi vida, incluso con más que tendencia a la depresión… O más bien diría que a la ansiedad, entre otras cosas, porque se me acumularon muchas pérdidas: a los ochos años se me murió mi padre, a los 20 se suicidó mi hermano mayor y a los tres días uno de mis mejores amigos…»
Una relación conflictiva con la idea de la muerte le llevó a «unas posiciones existenciales muy negativas, e hizo que me dedicara, diría que de una manera un poco masoquista, a leer a Schopenhauer, a Cioran, a suicidas como Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik o Anne Sexton… Lo que me provocaba cada vez más infelicidad, porque eres un poco lo que comes: si te estás alimentando de autores pesimistas, la vida te acaba partiendo».
Paz interior
Hasta que un día recapituló. «Me dije que era un camino hacia ninguna parte. Porque, además, a mí, en el fondo, siempre me han gustado muchas cosas: el cine clásico, la literatura… Y soy feliz con mi mujer, llevamos 40 años juntos». Descubrió que la felicidad era posible: solo había que elegirla.
Aunque Narbona se refiere a una felicidad que va más allá de «un sentimiento superficial de euforia porque todo va más o menos bien: eso es un sentimiento muy primario, sin ningún valor. La verdadera felicidad consiste en tener una conciencia satisfecha, la que tuvieron Victor Frankl, Nelson Mandela o Martin Luther King, la que te permite mirarte al espejo y decir que has hecho lo que debías».
Un privilegiado «estado de equilibrio, de paz interior, de estar a gusto con uno mismo» que, ojo, «nos debemos ganar. Hitler no tiene derecho a ser feliz. Un terrorista no tiene derecho a ser feliz. Tienen derecho a ser feliz las personas buenas, que obran de forma ética, quienes se preocupan por los demás. La felicidad es una ecuación que siempre incluye a los otros, por eso los vínculos afectivos son fundamentales».
Lo ilustra con su propia vida en los jugosos «interludios» de Maestros de la felicidad, como llama a esos «episodios autobiográficos en los que narro, por ejemplo, el último paseo con mi padre o los años en que mi mujer y yo cuidamos a mi madre con Alzheimer, de mi hermana Rosa, de mi amor por los animales, de mis experiencias como profesor de instituto…»
Grandes educadores
Un «hilo autobiográfico» que engarza de forma sorprendentemente efectiva las breves reseñas de los filósofos elegidos. En la introducción menciona un puñado de ellos, algo así como un dream team de «grandes educadores» con los que, dice, logró desprenderse «definitivamente» de «la tristeza»: Boecio, Marco Aurelio, Séneca, Francisco de Asís, Spinoza, Henri Bergson y Bertrand Rusell.
Aunque el libro incluye muchos más, todos personajes de una trama que trasciende el género ensayístico. «Yo creo que la historia de la filosofía es una novela fascinante. A fin de cuentas, se mueve en el terreno de las grandes preguntas, que resume Kant: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el hombre? Y ahí lo único que tenemos son especulaciones».
Una intriga que exige la complicidad del lector. «La filosofía está más cerca de la literatura que de la ciencia, y elegimos con nuestra voluntad, con nuestra libertad, la interpretación que nos parece más atinada. Como decía Víctor Frankl citando a Nietzsche, todo el que tiene un porqué encontrará un cómo, una forma de soportar la adversidad».
En cambio, «cuando la filosofía ha intentado ser científica, ha desembocado en el más estrepitoso de los ridículos». Puede, por ejemplo, convertirse en ideología y justificar para justificar lo injustificable. El libro recoge el caso lamentable de Sartre y su obsesión marxista, que «le hizo triturar su propia convicción de la libertad». Porque «en la búsqueda de la felicidad hay caminos atinados y caminos disparatados».
Formas de amar
Narbona continúa transitando su propio camino, lleno de proyectos literarios. Tiene apalabrados dos ensayos más con su editorial. «El primero quiere titularlo el arte de cuidar, porque trata de las distintas formas de amar», dice con su habitual entusiasmo. Repetirá el un fuerte componente autobiográfico, relacionado en este caso con una nueva lucha contra la enfermedad de un ser querido. Después se pondrá nada menos que con «un trabajo sobre la espiritualidad del siglo XXI». Y, más adelante, el gran cambio de tercio con una novela policiaca, en la que, fiel a su estilo de fondo, «los personajes serán más importantes que la trama».
Rafael Narbona es un hombre con proyectos y rodeado de gente a la que aprecia. Parece un tipo feliz.